Claro de Luna
Allá en mi Escondite Literario Tropical, sede rural, madrugué a escribir el artículo para cumplir el compromiso con la Revista Latina NC. Necesitaba enviarlo a tiempo para que pudiera ser revisado, editado y publicado el último día del mes. Estaba en esas cuando mi gata salvaje se deslizó por la ventana hasta mi escritorio.
Creo que este fue el diálogo mudo que tuvimos… ¡creo!
—Humano, ¡tengo hambre!
—Hola, Luna, termino una idea y voy…
—¡Deje ya de teclear y sírvame o salto encima de esa cosa!
—¡No!, Luna, no te atrevas a brincar sobre el teclado. Mira que estoy en plena creación…
—¡Creación es la que mis patas y uñas harán si no se mueve y me sirve ya mi concentrado!
—¡Ay!, Luna, me estás dañando el escrito y la inspiración… por favor, bájate de ahí que rasguñas el teclado.
—Se lo advertí, humano terco, si no hay comida…
—Dame unos diez minutos y voy a darte tu concentrado.
—¡Ja!, de aquí no me quito y ni intente moverme porque mis uñas están alborotadas como mis tripas hambrientas. ¡Comida!
Al ver que la gata no se movía y no dejaba de mirarme como si me retara, me levanté y fui al lugar donde guardamos su concentrado.
—Aquí tienes tu comida, Luna.
—¡Ya era hora, humano! Aunque me gusta más la húmeda, es más fácil de tragar y tiene mejor sabor y olor.
—Cuando vaya a la ciudad te traigo unas latas de las que te gustan… ¡Son más caras!
—¡Qué cosa con usted para que haga lo que le corresponde y me alimente como debe ser!
—Espero que ahora dejes trabajar en paz a tu amo.
—¡Ja!, ¡¿mi amo?! Siga soñando, ¡esclavo! Mejor, déjeme comer tranquilo y vaya ahora sí a inventar buenas historias para que me pueda comprar lo que merezco.