Una vez mÔs la ambición desaforada, ”sin fondo!, de unos pocos que lo tienen todo, sin que ni siquiera el todo les sea suficiente, desarropa una de las tres mayores ferocidades humanas: su proclividad marginal individual autodestructiva.
Cómo olvidar, ChaguanĆ del alma, ese inconfundible y exquisito sabor a mango maduro⦠esos de color entre amarillo amanecer y naranja de arrebol que colgaban, insinuantes y provocativos, de las ramas sobre la polvorienta carretera; allĆ”, entre los cafetales de Corinto, camino a Las Sardinas⦠Fruta tentadora que cogerla, morderla, devorarla y correr para que Campo ElĆas Rivera no nos echara los perros era una aventura imposible de evitar, en ese entonces de lĆŗdica e inquieta niƱez, aƱorada hoy, cuando el atardecer aminora el paso y ahoga el aliento.