El proceso en sí, de juntar una palabra con otra para estructurar un pensamiento de manera que sea comunicable, no debería de doler. El arte de escribir es un placer y por eso quienes escribimos andamos siempre en esto, ya sea escribiendo propiamente tal o pensando sobre qué escribir o recordando lo que ya escribimos. Es un placer y, en consecuencia, desarrolla una necesidad, una pulsión, una forma de enamoramiento...
Otra vez este novelista colombiano sorprende con una nueva obra publicada, además de las entregas sorpresivas de sus novelas alrededor del mundo, a lo cual nos tiene acostumbrados y lo evidencia en: ‘Una novela para cada escuela’, iniciativa plausible y que ojalá otros imitaran o lo apoyaran. Esta vez el turno fue para ‘Historias guardadas’. Novela de ficción social subcontinental que destapa, usando el pincel de la transfiguración literaria, figura de su creación, la vida política, social, cultural y económica de todo un país, hoy por hoy, cualquiera sobre la faz del globo terrestre, cada día más en ebullición y ‘contagiados de nostalgia social’, como suele citar este autor.
De la inspiración se habla hasta el cansancio. Que si es un flechazo, como el de Cupido. Que si es un destello, unas musas, unos magos, un milagro, una puerta, un ancestro, un espíritu travieso que, de repente, nos abre el camino de un hermoso texto o nos regala una llave o un mapa o una brújula hacia un asunto que se presta para nuestras aventuras literarias. En el contexto de escribir nuestra historia esa inspiración nos diría por dónde empezar o qué personajes son claves o qué lugares recrear o qué tesoro hay en nuestra memoria que sirva de cimiento para la narrativa...
Ávidos por pulir un relato procedemos a sustituir los lugares comunes por otras formas más creativas y personales de decir las cosas. Ahora bien, es necesario ponerse a pensar (además de ser original) en qué realmente afecta esa “frase hecha” o lugar común. A veces es porque resta sinceridad donde el asunto de que nos crean es esencial, como en un testimonio o en una autobiografía, porque ahí la especificidad es el mayor aporte...
Dos fechas específicas quedan grabadas en el recinto que guarda su morada (1928-2023), este dato, permite calcular los años vividos, distando de poder vislumbrar la siembra y cosecha que se fue gestando al paso de más de nueve décadas de existencia...
Un hombre pequeño, como por arte de magia, apareció y se dirigió hacia acá, donde aún servimos al orden: —No puedo más señor, debe escucharme. Vengo desde muy lejos y he tenido que dormir en las calles y probar alimentos hasta de los botes de basura. Pero aquí estoy. Vengo a poner una denuncia ‒dijo aquel viejo que entró a la estación policial.
Hay algo que quiero complementarle, hermano, antes de iniciar con lo mío. Es en relación con lo que usted dijo en alguno de sus relatos anteriores. No solo el tiempo es, hoy por hoy, nuestro mayor y más caro activo. Tal vez, igual de valiosas, quizá más, son nuestras experiencias. Así como la infinidad de aportes que en silencio le hemos hecho a este bello país… y en la alborotada época cuando lo hicimos: último cuarto del siglo XX y primera década del XXI.
La grandeza de los clásicos estriba fundamentalmente en que sus legados no mueren con el tiempo, siendo pares entre sí. Sus obras trascienden el éxito y las realidades que pudieran haber tenido en sus épocas, por lo que sus lecturas son siempre disfrute vigente, y aunque el conocimiento de sus vidas, actitudes y acciones debe estribar en reconocer haber sido en reales circunstancias, lo cierto es que dada la gloria que los rodeaba, con el tiempo el mito les asiste como aréola que les circunda en sus figuras de gigantes...
Los petates son símbolo de resiliencia y fortaleza. Han sido utilizados por personas que han enfrentado muchos desafíos y continúan siendo utilizados por personas que luchan por sobrevivir. El petate es un recordatorio de que incluso en los momentos más difíciles, siempre hay esperanza.