¡Disculpen la interrupción! No figuro en la lista de invitados. Permítanme, por favor, decir unas palabras.
Familia y amigos, necesito pedirles en este instante sublime que intentemos dejar de lado aquellas circunstancias del ayer que marcaron el sendero de nuestras bifurcadas vidas. Les ruego que escuchen con devoción y humana comprensión estas frases que, inevitable y atropelladamente… ¡a borbotones!, manan de mi compungido corazón de papá. De este padre que asiste sin invitación a la boda de su por siempre idolatrado hijo.
Hijo del alma que hoy parte con egregio paso y mirada firme hacia un derrotero por construir que, de antemano, estoy seguro, todos deseamos que sea de éxito y felicidad.
No deja de ser paradójico este inexplicable y ambiguo sentimiento que embarga mi existencia en este momento. La alegría y la nostalgia se fraguan en un solo sentir y hacen que aflore una fría humedad en las cansadas pupilas de mis ojos. Lágrimas de alegría y congoja, tan de estos momentos cuando se nos casa un hijo. Congoja compensada en algo al comprender que él encontró el complemento para su inminente trasegar.
Hijo, hoy dejas el hogar que te vio nacer, crecer, soñar, reír, llorar, cantar y hasta sufrir… pero por doquiera queda la indeleble huella de tu esencia. Esa que por siempre estará incrustada, cual diamantina prenda, en los corazones de tus padres.
Hijo, para nosotros, tus viejos, aunque separados por circunstancias de la vida, nunca creciste. Mejor, tal vez, sería decir que no quisimos aceptar que lo hiciste tan rápido y que tus alas, tan fuertes, cada día aún más que las nuestras, presto adquirieron la capacidad para surcar los cielos y remontar valles, montañas, bosques y sabanas.
¡Alegría y congoja! Sentimientos que, aunque encontrados, son un tributo a tu deseo y fuerza de voluntad por conseguir tus metas; por fraguar en tu crisol los retos de la vida que de hoy en adelante se te presentarán y que tú, con el aguerrido tesón y amor convertirás en oportunidades y éxitos.
Alegría y congoja… ¡sí! Ambiguo estado del alma que a todo papá le corresponde sortear en ocasiones como esta. Es mandato natural que así tiene que ser, que así ocurra. Además, es de recordar que algún día también lo hice cuando a la siga de la felicidad y la esperanza de un afecto amoroso dejé, no solo mi hogar, sino aquellas prístinas y diáfanas lágrimas asomadas en los ojos de mi santa y abnegada madre.
Hijo de mi alma, inicias hoy el trasegar por un camino nuevo, tu propio sendero, en el cual, seguramente, vas a encontrar flores con exquisito néctar, como las que adornan las mesas y las estancias de este certamen. Es nuestro deseo, el de tu madre y el mío, así como el de todos los asistentes, seguramente, que así de florido, que así de multicolor y fructífero sea tu destino; ese que te mereces y puedes cosechar, toda vez que te forjamos en la fragua del buen obrar. Nosotros lo hicimos, a nuestro entender, hasta obtener ese material resistente y diáfano que llevas por dentro y que te hace un hombre capaz de alcanzar grandes logros, ¡los que te propongas y por los que trabajes con la tenacidad y el ahínco que te caracterizan!, honestamente y sin pisar a nadie.
Sabemos que alcanzarás lo que sea. Más, ahora que, por fortuna, la mujer con la que te esposas es un ser bueno, de ideales fértiles y sentimientos decentes; laboriosa, sensible, romántica, alegre, entusiasta. Insta conservarla así. Jamás pretendas cambiarla para que sea como a ti te llegue a parecer que sería mejor. Porque ella, entonces, dejaría de ser ella. Con solo intentarlo se convertiría en otro ser, en una mujer desconocida que actuaría tan dolorosamente diferente a aquella de la cual te enamoraste un día y que aceptaste como entonces era.
A mí me pasó, lo reconozco. Lo sabes y lo tienes como espejo, hijo mío.
Si acoges estas migajas de mi cincuentera experiencia, además, si te dejas guiar por tus valores y principios que llevas inculcados en tu espíritu, te garantizo como padre que tu nuevo hogar, esa catedral de amor que edificas sobre base granítica y con estructura sólida, será capaz de sortear las vicisitudes de las inexorables crisis matrimoniales que pondrán a prueba tu temple y arrojo… muy de cuando en vez.
Cualquiera sea la crisis que se les presente, recuerden que la solución, si de verdad la quieren, está en la causa del conflicto, siempre y cuando acudan a la herramienta infalible para su resolución: el dialogo respetuoso.
Han de saber que lo más importante en la construcción y consolidación de un hogar comienza por comprender, por entender e interiorizar que hogar siempre es plural, no singular. Que hogar lo forjan dos, una pareja que se ofrenda confianza, apoyo, compromiso irrestricto. Un dúo que conjuga en versos y a toda hora los verbos compartir, tolerar, respetar, confiar, comunicar. Hogar es un binomio que planea metas en común, que disfruta triunfos y sobrelleva y sortea quebrantos sin mutuos halagos, ni mucho menos inculpaciones individuales. Dos que jamás se alejan de la guía celestial ni del consejo de los padres. Dos que confían en sí mismos y en la sumatoria de todas las fuerzas, sin culpar a nadie ni a nada de lo que les pueda pasar mañana. Menos, si de equivocaciones se trata. Dos que jamás olvidan la senda que hasta ahora han recorrido, por singular o humilde que esta haya sido o llegue a ser.
El matrimonio llegará lejos y hasta viejos si ninguno reniega ni encara la insulsez de sus orígenes, de sus procedencias; tampoco, el que alguno de los dos haya logrado más cosas o se haya equivocado más o menos que el otro.
Precepto fundamental del éxito y la felicidad de la pareja lo constituye el jamás olvidar la existencia y asistencia de sus progenitores. ¡Sus viejos! Aquellos seres que no solo les dieron la vida, sino que sus vidas dieron y darán siempre por sus hijos a cambio de nada… o, tal vez, por tan solo una sonrisa.
¡Sus viejos!, a quienes a ustedes les corresponde, no solo superarlos en todo lo bueno, intentando no repetir sus errores, y esto es un reto traslúcido que les queda, sino quererlos, acompañarlos, protegerlos y no dejarlos a la deriva en el inevitable e inhóspito atardecer arrebolado de sus trajinadas existencias; lo hayan hecho bien o mal como padres en su momento. Presencia oportuna y postura comprensiva, en particular, cuando más de sus caricias y mimos necesitarán sus cabelleras plateadas, sus rizadas pieles, sus ojos opacados, sus recuerdos en camino hacia el involuntario e inexorable frío del olvido… Amorosa y fraternal asistencia que quizá en pocos años ustedes van a requerir y querer recibir de su progenie, con independencia de lo bien o mal que hayan sido como padres.
Para quienes no me conocían, ¡sí, soy el padre del novio!, gracias.