Se levantó con el cuerpo lleno de escamas y tejidos cartilaginosos. No podía respirar… Saltó de la cama al piso. No cesaba de contonearse por todo el suelo. El ritmo cardiaco se aceleraba. Las escamas se confundían con el suelo. No entendía qué sucedía con su organismo. No podía definir el tipo de fuerza o energía que la poseía. Solo sentía la necesidad de navegar. Llegó hasta el baño y se impulsó varias veces hasta lograr entrar en la tina de porcelana con patas de león de la abuela. No lograba ver sus piernas ni sus manos. Sentía un movimiento minúsculo en su torso: descubrió que tenía aletas simétricas. Empieza a brincar con dificultad hasta alcanzar el grifo…
Se sumerge en el agua y su respiración mejora. Mueve sus aletas en sintonía con la cola plateada. Se enreda en una cabellera muy extensa y recuerda las cantaletas de la madre sobre los excesos o la caída de cabello en la regadera… No puede moverse, una corriente domina el espacio y la consume… Pasó por largos conductos pestilentes y tropezó con remanentes humanos. Dejó de respirar.
P.D. Lucrecia se levantó gritando y juró que no probará ni un bocado más de sushi.