Se levantó con el cuerpo lleno de escamas y tejidos cartilaginosos. No podía respirar… Saltó de la cama al piso. No cesaba de contonearse por todo el suelo. El ritmo cardiaco se aceleraba. Las escamas se confundían con el suelo. No entendía qué sucedía con su organismo...
Soy devota de ese instante de tu voz…
sisea un canto de sirena
en mi piel remota de luz
Farola anunciante de tinieblas
o centelleos de explanadas por brotar...
Refúgiate en las andanzas de mi piel
Serás acogido como tierra floresta
o campo por espigar
Rociaremos vendavales
de gemidos desconocidos
por nuestros cuerpos
hasta alcanzar la conjugación perfecta
de tu voz
Tiempo muerto
Visité la penuria de tu piel
en la desembocadura
de mi apetito
Acerqué mi almizcle a tu esfera
Tus ojos rebosaron
las ansias por recorrer
desposeer
consumir
desconocer
Encontraste en mi pupila la fuerza de tu desvelo
El silencio de los recuerdos
deshoja el calendario
días
años
décadas
revolotean en tu corriente sanguínea
a fuerza de olvido
a ritmo perpetuo
pasas la película infecunda del perdón
reavivas la llama del adiós
mora en tu ánima
carcome tus cenizas
surca tu sombra
Soplos trasnochados crujen
en la verdad del olvido
(desamor abrigado
cielo...
Cuando era pequeña, tendida sobre la hierba, contemplaba el vuelo de las golondrinas… Me quedaba extasiada con la configuración del vuelo, la estampa entre las ramas de los árboles y la aventura del revoloteo. Mi padre se acercaba y me susurraba al oído: “el vuelo de las golondrinas está en tu cabeza”.
Esta imagen la retomé la primera vez que mi padre desapareció de la casa… Recorrimos nuestro campo de Carolina, buscando su rastro. Encontramos su vehículo estacionado en un paraje abandonado y lo encontramos a él desorientado. Reconoció a mi madre y comenzó a llorar…
Rememoré el vuelo de las golondrinas y emprendimos nuestra historia con la enfermedad de Alzheimer…
esa mujer desangra amor
por las venas clausuradas de odio y olvido
lucha contra su piel ajada
clava su llanto en un manto de silencio
hoy
mañana
hoy
mañana
reverbera la desidia de un pueblo amurallado
“Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo”.
Federico García Lorca
Guayaba- Mayra R. Encarnación
Muerdo
Sí, muerdo a bocanadas de embeleso
Viajo a la semilla del bosque idílico
(olor a retoño)
Turbidez de sensaciones a vuelo lento
(olor a viento)