Ella se encuentra una vez más en su lugar favorito, en ese espacio donde convergen tantas culturas, historias y contextos. Conoce de antemano la imposibilidad de incursionar plenamente en esa inmensidad de universos desplegados en los estantes de su estudio. Más aún, en las múltiples carpetas ordenadas en la pantalla del escritorio de su computadora personal. Estas, apiladas por género, incluyen subcarpetas organizadas por autor, por mes y año en que se abordaron, por reseñas escritas, y una más cuyo nombre dice: “Leídos”.
Este espacio, tan único y personal, brinda un deleite instantáneo a los sentidos. Desde el primer momento, abre una ventana hacia la felicidad, el conocimiento y retratos hablados de otros tiempos. Letras que cobran vida al abrir sus páginas, mostrando historias con personajes reales y ficticios. Allí, donde la imaginación no tiene límites, las palabras viajan presurosas en el vehículo de la comunicación. Susurran secretos, confidencias, añoranzas, miedos e incertidumbres que, en determinadas cuartillas, se convierten en gritos, en llanto, o en detonantes de investigación. Surge entonces la imperiosa necesidad de dialogar con el autor, con otros posibles lectores e intercambiar perspectivas, alcances y significados encontrados.
María recibió la llave de ese mundo mágico desde muy temprana edad. La armoniosa voz de su maestra de segundo grado de primaria la llevó por los recovecos inexplorados de su mente, expandiendo su visión y reconocimiento del mundo. Así, dio paso a la imaginación al descubrir a ese conejo parlante de Alicia en el país de las maravillas. Ese fue el detonante primordial de su pasión, que, con el paso de los años, se ha convertido en un estilo de vida, en un pasatiempo y en un reencuentro consigo misma a través de los distintos textos que aborda.
El paso formal por la escolarización también fue una puerta principal de entrada. En ese camino, se reencontró con los géneros literarios tradicionales: épico, lírico, dramático y didáctico. Estudiarlos y analizarlos potenció su capacidad argumentativa y su habilidad para la comunicación documentada.
Por lo tanto, María enfatiza la importancia de estas lecturas, ya que son raíces fuertes y profundas, desplegadas en todas direcciones en búsqueda de una fuente inagotable de vida. Con esa sed insatisfecha, sigue fortaleciendo el tronco, que a su vez alimenta la floración. Este ciclo no solo genera oxígeno y alimento, sino que extiende sus ramas para albergar otras especies, transitando por estaciones y volviendo a renacer.
Cada una de estas lecturas la lleva a experimentar un sinfín de emociones y sentimientos. Desde el momento en que su vista se posa en los lomos, portadas o contraportadas, intenta captar la sinopsis de su contenido. Así, como en la buena cocina, prepara los precedentes que auguran un placentero deleite al lector.
María sabe que, por el simple hecho de existir, la vida ofrece contrastes: a veces el sol alumbra con intensidad y otras se esconde tras el horizonte, permitiendo solo vislumbrar tormentas y oscuridad. En esos días grises y momentos álgidos, cuando se siente perdida en la inmensidad del mar, navega a contracorriente. Enfrenta olas que la golpean sin cesar, sube y baja al ritmo de la marea alta; sin embargo, sigue en pie de lucha. Finalmente, avizora el faro de luz situado en un puerto seguro, que sirve de guía, señala el camino y renueva sus fuerzas. Es entonces cuando encuentra el texto y la compañía perfecta para cada ocasión.
Ella aprendió por experiencia propia que el placer por leer no se enseña: se contagia, se dialoga, se lleva tatuado en la piel. Es un soporte que permite conversaciones ágiles, citas oportunas y recomendaciones necesarias. Porque, al igual que el conocimiento, la lectura es inacabada, infinita y utópica. Mora en el horizonte, esperando pacientemente que avancemos por el camino e invitando a otros a incursionar en este mundo fantástico.
Como colofón, María comparte estas reflexiones y vuelve a su espacio de ensoñación. Toma un libro, lo acaricia, lo huele, lo hojea, lo subraya y finalmente se queda dormida con él posando sobre su corazón. Comparte así los latidos, suspiros y sueños con la persona que, en su momento, se embarcó en esta maravillosa aventura de escribir. Aunque quizá no sabía si sería leída, volcó su conocimiento y experiencia en un texto que, hasta el día de hoy, sigue siendo un fiel compañero de vida.