En sus respectivos hogares y en casas diferentes pero vecinas, durante toda la vida, desde niños, Adalberto y Eleonora vivieron en esa empinada y sesgada vĂa corta de una cuadra larga. Cuando lotearon la inmensa finca Bello Horizonte, por sus vistas privilegiadas en ese entonces, y la convirtieron en el barrio popular donde sus primeros habitantes fueron trabajadores de la Empresa Capital de Servicios de Aseo, por ahĂ bajaba un impetuoso arroyo que en invierno lo inundaba todo y amenazaba la estabilidad de las cimentaciones, las vĂas y la megaempresa ladrillera, pocas cuadras abajo.
CĂ³mo olvidar, ChaguanĂ del alma, ese inconfundible y exquisito sabor a mango maduro… esos de color entre amarillo amanecer y naranja de arrebol que colgaban, insinuantes y provocativos, de las ramas sobre la polvorienta carretera; allĂ¡, entre los cafetales de Corinto, camino a Las Sardinas… Fruta tentadora que cogerla, morderla, devorarla y correr para que Campo ElĂas Rivera no nos echara los perros era una aventura imposible de evitar, en ese entonces de lĂºdica e inquieta niñez, añorada hoy, cuando el atardecer aminora el paso y ahoga el aliento.
Hola, mi querido joven amigo virtual de letras (JAV); ademĂ¡s, gestor y protagonista de una historia que involucra a cerca de trescientos artistas de los cinco continentes, en casi ciento diez paĂses y mĂ¡s de setenta idiomas. Novela que pronto serĂ¡ noticiada… ¡eso espero!