Que al final de los adioses del olvido alguien disperse por doquiera mis cenizas, para que la brisa que besa el Alto del Vino se impregne con sonatas, versos y sonrisas…
Bucólico paraje donde, en una lomita, ¿recuerdas?, quise hacerte un tibio nido, para encerrarnos allá, en soledad furtiva, a gritar con letras y besos este amor vivido.
Embelecos del destino hoy tu recuerdo trajo. Te creÃa olvidada, ida, ausente, lejos. De nuevo tu perfume mi alma conquistó. Ese, tan tuyo… de infinita y jamás prodigada entrega. ¡Seductor efluvio que irradias, tal vez sin darte cuenta!
Una vez más la ambición desaforada, ¡sin fondo!, de unos pocos que lo tienen todo, sin que ni siquiera el todo les sea suficiente, desarropa una de las tres mayores ferocidades humanas: su proclividad marginal individual autodestructiva.