Por: Daniella Giacomán Vargas
Ilustraciones: Carolina Robles
Alex tenía seis años de edad cuando fue consciente que no era igual a las demás niñas. Nació con un padecimiento neurológico poco conocido por la ciencia. Y por si fuera poco, no se identificaba con el género con el que se miraba en el espejo.
Alex necesitó de cuidados especiales al nacer; fue diagnosticado con el Síndrome de Moebius, padecimiento neurológico en donde los nervios craneales sexto y séptimo no se desarrollan por completo, provocando parálisis facial y estrabismo, entre otras afectaciones.
Denis Alex Pérez Rodríguez, originario de La Habana, Cuba, tiene 26 años de edad, cuatro hermanos; lleva tres años en el proceso de transición a varón, por lo que se asume como trans, término que abarca a quienes cuyo género es el contrario al que le fue asignado al nacer, usualmente se someten a un tratamiento hormonal, o sea que toman o se inyectan pastillas.
De su infancia recuerda muchas cosas: el olor a arroz con huevos o plátanos fritos que cocinaba su abuela materna, también la crema de ajo que utilizaban para darle masajes en el rostro.
Era un niño curioso, observador y la ciencia le cautivó. Leía muchos libros, incluso se los aprendía de memoria y también veía documentales sobre medicina. Fue conversador desde los cuatro años de edad. En algún momento, mamá le dijo que le regalaría cinco pesos por una hora de silencio. Nunca lo logró.
Mamá era enfermera, dejó de serlo cuando nació; requería cuidados especiales y conforme creció y lo llevaron con diferentes médicos.
“Me hicieron cirugía para corregir mi estrabismo convergente, otra para cerrar el paladar abierto y la gastrostomía; además de la fisioterapia, aprendí a caminar a los dos años. Me atendieron en Otorrinolaringología porque casi no escuchaba, también por Estomatología / Maxilofacial y también me hicieron acupuntura en la cara y masajes con corriente, yo tengo parálisis facial bilateral y movimiento casi nulo de la lengua”.
Alex aclara que pese al diagnóstico, nunca lo atendieron por tener el síndrome de Moebius, sino que se enfocaban en las distintas afectaciones que presentaba.
Pese a que Cuba se ha distinguido por tener médicos de excelencia, aún falta mucha investigación sobre el Síndrome de Moebius. No hay un registro de afectados con este padecimiento, asegura Alex, quien lleva años buscando a más personas con esta condición en la isla; solo encontró a una mujer que se convirtió en su amiga.
El espejo, el peor enemigo
La adolescencia llegó con un triple desafío: lidiar con los cambios propios de la edad, el síndrome de Moebius y la identidad de género. El espejo se convirtió en su peor enemigo; mostraba aquello que rechazaba, que no entendía y comenzó a ser introvertido.
Recuerda que en su niñez, en ocasiones separaban a las niñas y niños en el aula y él se sentaba con los varones, los demás lo tomaban a juego, para él no lo era. El rechazo era fuerte, sobre todo, a sí mismo. Recordaba que su madre le había dicho que ser “diferente” no era ser mala persona, eso lo tranquilizaba y tomaba fortaleza para no hacer caso a las burlas.
La dificultad en el habla le trajo episodios desagradables que ha superado e incluso implementa estrategias: “Hablar más despacio y articulado, buscar sinónimos que sean más fáciles de pronunciar, señalar los objetos, dar referencias y en último caso, escribo lo que quiero decir”.
Con el tiempo, las cosas dejan de doler
La transición es un proceso en el que las personas transexuales comienzan a vivir su vida en el género con el que se identifican, en lugar del que se le asignó al nacer. Se puede llevar o no, tratamiento hormonal como la testosterona que ayuda a la masculinización; cirugía de reasignación de sexo u otros procedimientos.
“Ser hombre trans, es una identidad de género. Están los hombres cisgénero y los hombres trans (transgéneros / transexuales”, aclara.
Antes de iniciar su transición, recibió apoyo psicológico y tuvo consultas médicas con el endocrinólogo, quien estudia y maneja lo que es el sistema endocrino y el metabolismo. Alex eligió el tratamiento hormonal: durante un año tres meses recibió una inyección intramuscular mensual de testosterona de 250 miligramos.
Su fisonomía ha cambiado. En la masa muscular y en los rasgos faciales, también en la distribución y cantidad de vello, incluso su cabello se rizó. Pero dejó el tratamiento, principalmente por la salud, y también por el elevado costo de las mismas; no es fácil conseguirlas en Cuba.
“Por el mismo síndrome debemos cuidar muchísimo nuestros órganos, y llega un momento en que se hace necesario extirpar los ovarios y demás componentes del sistema reproductor y justamente, entre la anestesia que puede poner en peligro mi vida y el daño que le puede ocasionar a mis ovarios, teniendo que llegar al fin y al cabo a una intervención quirúrgica, pues decidí dejarlas”.
Alex asegura que no ha sufrido de discriminación por ser un hombre trans, pero tiene conocimiento que otras personas, en su mayoría mujeres, no han tenido la misma suerte. La interacción con su familia y amistades no ha cambiado; admite ser complicado tener que hablar de esos temas que usualmente no son abordados.
“He estado en charlas educativas sobre sexualidad, entrega de donativos a personas LGBTIQ+ de La Habana y otras provincias, la lucha por la aprobación del Código de las Familias, la educación a personas sobre todos estos temas, el rechazo constante a las campañas antiderechos de los fundamentalistas religiosos, la exigencia de la Ley de Identidad de Género y la Ley Integral contra la Violencia de Género, entre otras”.
En cuanto al amor y tema de familia, comparte que quisiera ser padre: “Desde siempre he deseado formar una familia, tener un refugio para animales o colaborar con uno y llegar lo más lejos posible en la esfera profesional”.
¿Y la ciencia?
Cuando terminó el bachillerato, empezó a estudiar medicina; era su anhelo desde la infancia, pero según cuenta, le pusieron trabas, pues “los médicos no pueden tener ningún tipo de discapacidad”.
Lo llevaron ante una comisión médica que dictaminó que tenía buen estado de salud, pero eso le afectó emocionalmente y suspendió el primer año, aunque quiso regresar, ya no se le dio la oportunidad.
No se rindió. Se graduó de Citohistanatólogo y de Técnico Médico en Citohistotanatología, que es un técnico en Anatomía Patológica.
Actualmente estudia el cuarto año de la Licenciatura en Bioanálisis Clínico, dejó su trabajo en una Universidad de Ciencias Médicas y espera seguir superándose profesionalmente.
“Me encantaría hacer otra Licenciatura o la Maestría en Citohistotanatología, en Tanatología o en Ciencias Forenses y volver a trabajar en la morgue, que es realmente el trabajo que me apasiona, contrario a la idea preconcebida que tienen las personas sobre dicho trabajo, puedo asegurar que trabajar en la morgue es una escuela en sí”.
En su caminar, entre consultas, terapias, estudios, laboratorios, activismo, pérdidas y desencuentros, ha entendido que “Nuestro mayor enemigo y mejor amigo somos nosotros mismos, que cada cual decidirá cuál quiere tener: si elegimos el primero nuestra existencia será funesta, uno mismo puede ser capaz de destruirse, pero poco a poco he ido dándome amor y viendo que realmente no soy un desastre ni estoy roto como lo pensé durante mucho tiempo”.