El otro día vi la película de Barbie, estaba de vacaciones disfrutando de unos días de playa y una de las escenas me hizo mucha gracia, se trataba de un momento en el que Ken estaba en la playa con la tabla de surf preparado para impresionar a Barbie, lo gracioso de la escena era que se lanzaba a una playa de plástico, así que imaginaros el golpe que se dio contra las olas.
En ese momento me dio más calor del que ya tenía, imaginaros, estábamos a cuarenta y cuatro grados, me he pasado las vacaciones prácticamente sin salir del agua, nada más ver las olas de plástico sentía como si el calor asfixiante y sofocante se introdujese en mi cuerpo para quedarse allí y no salir.
Al día siguiente, cuando estaba dentro del agua acunada por las olas del mar, y sintiéndome fresquita, miré hacia el infinito y me sentí en paz, el azul del cielo se fusionaba con el mar y todo parecía más azul. ¿Cómo sería un mundo sin océanos ni mares? ¿Cómo sería un mundo de plástico? No quiero ni pensarlo, pero como siempre me ocurre, las mejores conversaciones vienen en momentos de relax, esos en los que no tienes prisa y da igual lo que digas porque no pretendes hablar de nada inteligente, simplemente, sueltas lo primero que se te viene a la mente. Ese momento llegó mientras observaba el mar a lo lejos; mi hija se unió a mí, y me preguntó qué hacía mirando hacia allí, después de explicarle mi reflexión, sobrevoló nuestras cabezas una gaviota, las dos nos quedamos en silencio y yo dije “cuando muera quiero ser gaviota y sobrevolar el mar”, mi hija, miró hacia abajo y dijo “yo prefiero reencarnarme en un pequeño pececillo y vivir en el mar”.
–Para cuando vayas a reencarnarte el mar debe estar tan contaminado que dudo que sobrevivan los pececillos– objeté, creo, que con la intención de que quisiera reencarnarse también en un ave y poder volar juntas.
–Mamá, para cuando vayas a reencarnarte tú en una gaviota, no creo que quede oxígeno limpio en el ambiente, así que no sé qué será peor, morir mientras vuelas o morir mientras nadas.
Complicado, ¿verdad? Puede que fuese una conversación bastante pesimista, pero no se aleja demasiado de la realidad de un futuro incierto. Los humanos estamos intoxicando el planeta, iba a decir poco a poco, pero no sería cierto, en unos años se ha incrementado nuestro egoísmo destructivo, los incendios está acabando con la mitad del planeta, la contaminación está provocando enfermedades y alergias que antes no teníamos, la fractura en el ecosistema hace que tengamos que matar las plagas con insecticidas que quedan en la comida y que llegan al final a nosotros. Cada vez estoy más feliz de haber colaborado en el libro
CANTO PLANETARIO: HERMANDAD EN LA TIERRA (HC EDITORES, Costa Rica, 2023),un grito de socorro para proteger nuestro planeta, una obra en la que han participado, según datos oficiales de su compilador Carlos Javier Jarquín: “110 países, en 77 idiomas. Cuenta con 268 participantes: 134 mujeres y 134 hombres, tanto poetas (216) como narradores (36). Intervinieron tres traductoras, dos participan a su vez como poetas. También, un artista plástico, dos diseñadores gráficos, un dibujante, un fotógrafo, un cantautor, un arreglista musical, un músico y nueve cantantes; de estos, seis interpretan el himno oficial en español. Del total de participantes 110 son hispanohablantes”.
Con esta obra, sé que no salvamos al planeta, pero sí que podemos concienciar al mundo de que lo salve, porque todo está en nuestras manos, un grano de arena no hace nada, pero muchos granos forman una playa enorme y maravillosa. Ese es el grandioso sueño que nos hizo unirnos en ese Canto planetario.
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