Con eso del cambio climático, la contaminación ambiental, así como para evitar en cualquier momento otro periodo infernal de cuarentena encerrado entre cuatro paredes en un conglomerado residencial, y una vez la pandemia pareció dar tregua, decidí buscar un cuadro de tierra en un pueblo algo cerca de la capital para construir una cabaña e irme a vivir allá de manera alternativa. La idea no era desconectarme del todo de la vida citadina, por lo del trabajo y los asuntos médicos y asistenciales que en el campo suelen ser restringidos, complejos, cuando no inexistentes en algunos casos. Por lo que para estos y otros menesteres es imperioso el vínculo y la cercanía con la urbe.
¡Disculpen la interrupción! No figuro en la lista de invitados. Permítanme, por favor, decir unas palabras.
Familia y amigos, necesito pedirles en este instante sublime que intentemos dejar de lado aquellas circunstancias del ayer que marcaron el sendero de nuestras bifurcadas vidas. Les ruego que escuchen con devoción y humana comprensión estas frases que, inevitable y atropelladamente… ¡a borbotones!, manan de mi compungido corazón de papá. De este padre que asiste sin invitación a la boda de su por siempre idolatrado hijo.
Imposible saber con precisión si la situación inverosímil que vivió Hortensia del Perpetuo Socorro Sánchez García en Santafé durante aquel periodo obligado de vacaciones hubiese sido igual o al menos parecido en cualquiera otra parte del mundo. Como le ocurrió esa vez a donde la llevaron su mente atafagada y ‘pasos cansados de luchar por nada’, como en privado se recriminaba y fustigaba el alma.