¡Les diré por qué ahora me dicen que valgo un poco más que una vaca normanda preñada! Para entrar en contexto es preciso que sepan algo de la historia de mi vida, al menos la que recuerdo… o quiero recordar. Todo comenzó cuando el humano ‘me rescató’ de aquel charco al que allá le dicen piscina. Como solía hacer, ese día fui a tomar algo de agua. De un momento a otro me alzó y llevó hacia un carro que minutos después emprendió viaje hacia la gran y fría ciudad, lejos de donde se quedaron mamá y mis hermanos.
Me uní al grupo de paisanos que viajarían de vacaciones a ese lugar por los comentarios que uno de ellos solía hacer. Él conocía la capital, algunos de sus lugares interesantes y sus alrededores, así como otros tantos destinos turísticos de aquel país suramericano que siempre me llamó la atención por lo que solía escuchar de él.
Cafetería ½ Luna Café, en Florencia 68, Juárez. Es un expendio sencillo, pequeño y que invita a la añoranza. Atendido por un gentil lugareño quien estuvo dispuesto a: —No más digan y ahorita mismo les preparo sus cafés con leche a la colombiana; los pueden acompañar con la torta que prefieran...
Para la celebración de nuestros cuarentaiséis años de amistad escogimos la finca El Frutal, emprendimiento lúdico de propiedad de uno de nuestros compañeros y amigos: Eliseo Rivera y su gentil como hacendosa esposa señora Maritza, a quienes damos gracias por su recibimiento y hospitalidad.
Hola, mi querido joven amigo virtual de letras (JAV); además, gestor y protagonista de una historia que involucra a cerca de trescientos artistas de los cinco continentes, en casi ciento diez países y más de setenta idiomas. Novela que pronto será noticiada… ¡eso espero!
Esto escuché en alguna reunión entre paisanos. De esta participaban el alcalde, el cura párroco, de aquel entonces, y algunos conciudadanos convocados para la ocasión:
—Bueno, a todas estas: ¿qué es lo mejor de Une? —preguntó uno.
—Lo mejor de este pueblo es su gente que es buena gente —respondió alguno.
—¡Gente que por todo lado y a toda hora se reproduce!, dice mi esposa —agregó otro...
Allá en mi Escondite Literario Tropical, sede rural, madrugué a escribir el artículo para cumplir el compromiso con la Revista Latina NC. Necesitaba enviarlo a tiempo para que pudiera ser revisado, editado y publicado el último día del mes. Estaba en esas cuando mi gata salvaje se deslizó por la ventana hasta mi escritorio.
Creo que este fue el diálogo mudo que tuvimos… ¡creo!
Celebrándole el cumpleaños a un familiar en su casa de campo, otro de los invitados, de voz en cuello, contó varias historias en menos de cuarenta minutos. Todas, al cual más, me parecieron interesantes, aunque propias de sociedades subcontinentales, como esta en la cual, en suerte, nos tocó vivir. Cuando se despachó con la quinta estaba dispuesto, por cortesía citadina, a escucharle esta y no más. Tenía pensado, una vez aquel terminara, pararme y decirles a los anfitriones que tenía que regresar temprano a la capital, antes de entrada la noche.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...