CĆ³mo olvidar, ChaguanĆ del alma, ese inconfundible y exquisito sabor a mango maduroā¦ esos de color entre amarillo amanecer y naranja de arrebol que colgaban, insinuantes y provocativos, de las ramas sobre la polvorienta carretera; allĆ”, entre los cafetales de Corinto, camino a Las Sardinasā¦ Fruta tentadora que cogerla, morderla, devorarla y correr para que Campo ElĆas Rivera no nos echara los perros era una aventura imposible de evitar, en ese entonces de lĆŗdica e inquieta niƱez, aƱorada hoy, cuando el atardecer aminora el paso y ahoga el aliento.
Hola, mi querido joven amigo virtual de letras (JAV); ademĆ”s, gestor y protagonista de una historia que involucra a cerca de trescientos artistas de los cinco continentes, en casi ciento diez paĆses y mĆ”s de setenta idiomas. Novela que pronto serĆ” noticiadaā¦ Ā”eso espero!
CelebrĆ”ndole el cumpleaƱos a un familiar en su casa de campo, otro de los invitados, de voz en cuello, contĆ³ varias historias en menos de cuarenta minutos. Todas, al cual mĆ”s, me parecieron interesantes, aunque propias de sociedades subcontinentales, como esta en la cual, en suerte, nos tocĆ³ vivir. Cuando se despachĆ³ con la quinta estaba dispuesto, por cortesĆa citadina, a escucharle esta y no mĆ”s. TenĆa pensado, una vez aquel terminara, pararme y decirles a los anfitriones que tenĆa que regresar temprano a la capital, antes de entrada la noche.