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Friday, November 15, 2024
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cuentos subcontinentales

La última voluntad del difunto

Celebrándole el cumpleaños a un familiar en su casa de campo, otro de los invitados, de voz en cuello, contó varias historias en menos de cuarenta minutos. Todas, al cual más, me parecieron interesantes, aunque propias de sociedades subcontinentales, como esta en la cual, en suerte, nos tocó vivir. Cuando se despachó con la quinta estaba dispuesto, por cortesía citadina, a escucharle esta y no más. Tenía pensado, una vez aquel terminara, pararme y decirles a los anfitriones que tenía que regresar temprano a la capital, antes de entrada la noche.

Casi noventa resoluciones

Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria. Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...

La papa que nos comemos

Con eso del cambio climático, la contaminación ambiental, así como para evitar en cualquier momento otro periodo infernal de cuarentena encerrado entre cuatro paredes en un conglomerado residencial, y una vez la pandemia pareció dar tregua, decidí buscar un cuadro de tierra en un pueblo algo cerca de la capital para construir una cabaña e irme a vivir allá de manera alternativa. La idea no era desconectarme del todo de la vida citadina, por lo del trabajo y los asuntos médicos y asistenciales que en el campo suelen ser restringidos, complejos, cuando no inexistentes en algunos casos. Por lo que para estos y otros menesteres es imperioso el vínculo y la cercanía con la urbe.

La sombra del encino

Imposible saber con precisión si la situación inverosímil que vivió Hortensia del Perpetuo Socorro Sánchez García en Santafé durante aquel periodo obligado de vacaciones hubiese sido igual o al menos parecido en cualquiera otra parte del mundo. Como le ocurrió esa vez a donde la llevaron su mente atafagada y ‘pasos cansados de luchar por nada’, como en privado se recriminaba y fustigaba el alma.

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