No son necesario los detalles, cada uno se desvanece en la oscuridad del cementerio. En bolsas negras se marchan los cuerpos, con soledad y silencio de espantos. Sin el Adiós ni la lágrima que refresque el ataúd, donde se van los sueños.
Quisiera al terminar el año y poder decirles que agradezco su tiempo y sus comentarios sobre el trabajo, que como colaboradores aportamos a esta revista digital que con amabilidad nos escogió para poder compartir lo que los latinoamericanos hacemos en Estados Unidos y con lo que día a día logramos hacer la diferencia en esta nuestra segunda casa.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...