Desde mi camilla observaba al viejo mirar a su hijo postrado en aquella cama de hospital. Las blancas paredes parecían perforar sus pupilas, al lado de una ventana colgaba un crucifijo de madera. Su dolor se fundía con el Cristo y cayendo de rodillas mientras sostenía la mano de su vástago, comenzó a rezar prometiendo no mentir el resto de sus días si su hijo sanaba. Cerró sus ojos mientras sus lágrimas rodaban por el piso. Apenas terminó de hablar su hijo expiró. – Lo siento señor Abogado- le dijo la enfermera- mientras el viejo miraba resentido al cristo de madera.
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