Hay poemas que valen todo un libro o, mejor dicho, hay poemas que son como libros totales y completos, que encierran las circunstancias y las palabras de la obra y construyen la experiencia y la vida misma de su autora, convirtiendo al texto y a su creadora en un solo ser.
No quiere llover… y ya ha llovido tanto. La tierra es un cuerpo de lluvia, vital, sonoro de imágenes y palabras. Creo que las palabras abren ventanitas a canciones tristes, no sé, algún mimbre que la nostalgia deja pegado al corazón, alguna señal de acoso contra la luz, algo de soledad, algo de elegía, quizá, algo tan profundo como dos cuerpos abrazados bajo un gran aguacero.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...