La protagonista de este texto había aprobado unas difíciles oposiciones, en verano del 2014, para ejercer como docente en Spagnistán (S-pain en inglés, de "pain", "dolor"), un país de esos donde la corruptela no tiene parangón. No había obtenido una calificación muy alta, pero suficiente para que la llamaran a hacer sustituciones, si no a principios del curso, a principios del año, le había asegurado su profesor de la academia ("el sacaero" la apodaba ella por eso de lo caro; que te sacaba hasta las túrdigas, vamos).