Hay poemas que valen todo un libro o, mejor dicho, hay poemas que son como libros totales y completos, que encierran las circunstancias y las palabras de la obra y construyen la experiencia y la vida misma de su autora, convirtiendo al texto y a su creadora en un solo ser.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...