Dicen que, a buen entendedor, pocas palabras bastan, y que cierto es, yo siempre he envidiado a esas personas que poseen la capacidad de simplificar y transmitir todo lo que necesitan brevemente.
La otra noche comencé a leer un libro que pensé era de relatos, estaba en la cama, uno de esos momentos en los que el silencio es tu compañero, empecé su lectura y cuando me di cuenta había terminado en pocas líneas y en mi rostro se mostraba una sonrisa
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...