Es el viento madre, la voz grave del ancestro, el alma compartida de una patria. Es el viento tambor, en repique, en furiosa vocal vistiendo y desvistiendo las ansias y el trance en la expresión de muchas caras. En el año 1797 el científico francés André Pierre Ledrú hizo una visita oficial a Puerto Rico para documentar la fauna y la geografía de la isla además de las costumbres y la cultura de los habitantes.
No quiere llover… y ya ha llovido tanto. La tierra es un cuerpo de lluvia, vital, sonoro de imágenes y palabras. Creo que las palabras abren ventanitas a canciones tristes, no sé, algún mimbre que la nostalgia deja pegado al corazón, alguna señal de acoso contra la luz, algo de soledad, algo de elegía, quizá, algo tan profundo como dos cuerpos abrazados bajo un gran aguacero.
Es sábado en la tarde. El cielo de los sábados es mudo, pero resplandeciente. Abajo, en esto tan convulso a lo que llamamos humanidad, discurre entre la multitud de horarios, emociones, pálpitos. Siento escuchar de cerca aquella melodía de Lisette Álvarez “Un sábado más, sobre Puerto Rico, un sábado más…”
No sé cómo detenerme
desprenderme a silencios, desde el alma,
de común, alumbrada con el charol de los tréboles
que solo se aparecen rendidos en el bosque;
Todo por nombrar, y sobre todo es la cotidianidad; ese reloj de mente y pulso, esas 37.5 horas de trabajo, una taza de café, un objeto tan real que nos llega en palabras, y pandero equilibrado de la imaginación, la fortuna de saberse, definido, libre justo.
Los petates son símbolo de resiliencia y fortaleza. Han sido utilizados por personas que han enfrentado muchos desafíos y continúan siendo utilizados por personas que luchan por sobrevivir. El petate es un recordatorio de que incluso en los momentos más difíciles, siempre hay esperanza.