Por: María del Refugio Sandoval Olivas. Guadalupe fue bautizada en honor a la santísima virgen del Tepeyac, era el nombre que llevaba su abuela, su madre y ella, quien era la mayor de siete rosas y un rosal.
Al conferírsele el título de primogénita, se convirtió en la ayudante de su madre desde muy temprana edad, aprendiendo las labores propias del hogar, así como el cuidado de sus hermanos menores.
Los campos se encontraban teñidos por los colores mostaza amarillentos y verde seco que traen consigo el otoño; los árboles trataban de esconder su desnudez, agitando sus ramas pudorosamente.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...