La lectura del poemario póstumo de Sonia “Chiqui” Rosa Vélez, Golpe de agua, me tomó de la mano al hogar de la mujer puertorriqueña. Leyendo a Sonia, entré al cuarto donde estaba la cuna de su hijo, a la sala donde se refugiaba de las hostilidades del mundo exterior. También, entré al cuarto donde vivió sus últimos días asediada por el cáncer.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...