El proceso en sí, de juntar una palabra con otra para estructurar un pensamiento de manera que sea comunicable, no debería de doler. El arte de escribir es un placer y por eso quienes escribimos andamos siempre en esto, ya sea escribiendo propiamente tal o pensando sobre qué escribir o recordando lo que ya escribimos. Es un placer y, en consecuencia, desarrolla una necesidad, una pulsión, una forma de enamoramiento...