Esta extraña tarde del 23 de marzo el escritor Carlos Javier Jarquín me ha dejado un libro en mi correspondencia como quien deja una trampa, no dejó escrita ni una sola palabra más, se retiró con sigilo a sus labores periodísticas habituales. Yo intuí que él quería me acercara a este libro por alguna razón, y como me conoce de sobra, sabe que un libro sigue siendo mi regalo favorito.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...