El magisterio, como carrera de vida, es ante todo una vocación. Hay que tener no tan solo el conocimiento y la sabiduría, sino la suficiente madurez y el amor como para renovar diaria y anualmente los “votos” con los estudiantes. El Maestro, con mayúscula, es el altruista por excelencia. Mantenerse incólume ante el desgaste de los tiempos y las vicisitudes administrativas del sistema educativo en todos los niveles no es tarea fácil.