Nunca le de su contraseña a nadie. Ni siquiera a sus amigos, incluso si son muy buenos amigos. Un amigo puede , incluso accidentalmente, pasar su contraseña a otros o incluso convertirse en un examigo y abusar de ella. Una posible excepción es que los niños pequeños compartan contraseñas con sus padres.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...