Ana Paola siempre quiso estudiar una carrera que le ayudara a salvar el mundo. Y su mundo, de pequeña, eran las granjas y sembradíos de frutas y hortalizas que abundan en la Comarca Lagunera. A veces el calor era tan fuerte que una rebanada de melón, o agua de esta fruta, refrescaban el momento al lado de papá.
Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tanta que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.
Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas...