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Me dieron medicamento, supuestamente para que aprenda a controlar mis emociones y sentimientos.
Una hora de terapia para analizar mis conceptos. Y por decisión personal. Me inscribí a un taller para sanar a mi niño interno, espacio donde me enseñan a canalizar la energía y a entender el origen de mis pensamientos.
Me llene de libros que no leo. sólo para que al final me dijeran que es normal lo que siento y que continúe tomando el medicamento.
Sentando en la banqueta de un parque, presiono mis ojos y respiro tan fuerte, que siento como me tiemblan los hombros. Escucho a lo lejos el llanto de un niño, y el horrible ruido de un mofle descompuesto. Estoy decidido, voy a estar tranquilo y a escuchar mi yo interno.
Carajo. Ese niño si que sabe dar berridos, abro los ojos molesto. Dirijo mi mirada en el rostro del niño y la tristeza me invade el cuerpo, pues las necesidades básicas siempre serán nuestro tormento.
El llora hambriento frente a un vendedor de tacos de a peso. Su madre con angustia intenta calmarlo acariciando su cabello, pidiendo un milagro para que alguien se pare y compre algo de su puesto.
Ambos tenemos hambre y sin satisfacción no hay éxito. Yo busco saciar mi hambre de amor y él, de su cuerpo.
Observo mi entorno y me asqueo. Las personas que se detienen frente al puesto, son para tomarle un video. La insensibilidad ha contaminado nuestros sentimientos.
Sentado en el piso junto a dos extraños comiendo tacos de peso. Experimento la paz que un experto no me pudo dar, pues comprendí que hay emociones que no se pueden explicar.