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Ávidos por pulir un relato procedemos a sustituir los lugares comunes por otras formas más creativas y personales de decir las cosas. Ahora bien, es necesario ponerse a pensar (además de ser original) en qué realmente afecta esa “frase hecha” o lugar común. A veces es porque resta sinceridad donde el asunto de que nos crean es esencial, como en un testimonio o en una autobiografía, porque ahí la especificidad es el mayor aporte. Es el caso donde el impreciso y manido “oscuridad de la noche” no es suficiente, porque si importa que lo relatado ocurrió en la noche, el lector quiere saber exactamente cómo era esa noche. ¿Cerrada absolutamente al punto de caminarla como ciego? ¿Con parches de iluminación artificial o de reflejos engañosos de la luna? ¿Era fría, cálida, silenciosa, olorosa, pestilente, con ruidos intermitentes? El escritor tiene que ubicarse realmente en aquel momento, en aquel espacio nocturno y transmitirlo o dibujarlo. En fin, que para recrear esa atmósfera necesita mucho más que el rápido extravío del lugar común “oscuridad de la noche”. Recuerde que lo que no está nítido en la memoria se inventa, pues en última instancia somos artistas de la palabra. También puede ocurrir que el hecho de que fuera de noche no afectara los hechos que narra, entonces elimine “la oscuridad de la noche” porque es un adorno supuestamente literario que falsea su verdad.
Por otra parte, en los textos humorísticos los lugares comunes son un regalo. Puede exagerarlos: la oscuridad de la noche se apagó con sus gritos. O darles giros o mezclarlos: la oscuridad de la cortina de humo. O construir absurdos: rompió el silencio con el pétalo de la flor que rodaba por sus mejillas en la claridad de la noche oscura.
Así es cómo le vamos encontrando su lugar a los lugares comunes: analizando y jugando.
Eugenia Gallardo
5 febrero 2023
Raleigh NC