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Photo by Mathias Reding from pexels
Ella vendía su amor impuro en las calles. Necesitaba borrar la huella del tío, el abuelo y el padre. En cada encuentro sexual vengaba el rastro del dolor… Cuando finalizaba el recorrido nocturno, encendía una fogata en la parte trasera de su patio y quemaba la ropa. Mientras se desnudaba, repetía como un mantra: “Desarticulo todo tacto, apropiación o violación a mi ser. Convierto en cenizas la voluntad de poseer bajo el sello del dominio”. Enjuga sus lágrimas y toma un baño de luna.
No obstante, llegaron las lluvias de mayo. Con el nuevo amanecer, abrió la puerta de su casa e inició la fogata… no progresaba. Al séptimo día, las lluvias no cesaron. Se encerró en su cuarto. Comenzó a desprenderse de la ropa, incineró las cortinas, los muebles y se arrojó a la cama, adoptando una posición de manos y piernas abiertas.
P. D. “Un lío amoroso terminó en tragedia”. — leyó el locutor de radio en las noticias de la mañana.