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De lo oral y lo escrito
Por Eugenia Gallardo
A una amiga que es una gran conversadora le pregunté que porqué esas historias tan coloridas e interesantes que contaba con tanta gracia y entusiasmo no las escribía. Me respondió que sin el alimento de la reacción inmediata de su audiencia no lograba fabricar relatos y que había probado pero que el resultado era frustrante. “Mis cuentos escritos -se lamentó- me parecen rígidos y desabridos; ya no son palabra viva”. Eso me hizo pensar en el artificio que es la literatura, donde no solo imaginamos lo que materialmente no existe, sino que también creamos en nuestra imaginación a un contertulio, a un ser intangible que no solo nos escucha, sino que también reacciona y eso nos impulsa en el relato: es el lector ideal o potencial. Como cuando en la niñez hablamos con el amigo imaginario con tanta seguridad en su existencia, que a veces lo hacemos en voz alta. Entonces, si sentimos que nos está pasando lo de mi amiga, gran conversadora pero frustrada escritora, propongo el ejercicio de contar una historia a través de un diálogo. De lo que ocurrió el lector se entera en el desarrollo de esa plática. Póngase usted como escritor en el papel de un personaje e invéntese a otros contertulios que lo provoquen, que le pregunten, que le contradigan, que le agreguen detalles a su relato. Para lograr un buen cuento va a sentir la necesidad de afinar su capacidad de observación de cómo habla la gente, qué tipo de palabras repite, cómo interrumpe al otro, cómo atrae o desvía la atención sobre sí mismo, qué recursos del habla o de gestos utiliza para convencer, etc. Elija una anécdota y cuéntela varias veces con el procedimiento del diálogo pero con distintos personajes. Le aseguro que al menos uno de los ejercicios resultará en una narración vital e interesante, donde el matrimonio entre la palabra hablada y la palabra escrita rinda sus mejores frutos.
Eugenia Gallardo
7 diciembre 2022
Raleigh NC