Photo by Maria Orlova.pexels.
Soy cautivo de mi libertad, sobre mis hombros llevo el peso de traumas, temores, y recelos. De aquellos que por sus errores, culpan inocentes, desgarran ilusiones, y se hacen víctimas de sus malas decisiones.
Mi tata decía, que cuando llegara el miedo, cerrara los ojos y respirara lento pues en cada respiro se puede controlar el temblor del cuerpo.
Encorvado, con la mirada en el suelo, inseguro, temblando de miedo, mi padre grita a los cuatro vientos: – No llores mujer, los golpes forjan el carácter y los sentimientos. Es tan solo un escuincle y mañana se habra olvidado de esto. Mi madre llorando observa como sin piedad golpean mi cuerpo.
Aprieto mis manos y observo ese rinconcito. Ahí es donde construiré una casita pequeña pero muy bonita con arboles y florecitas rojas, blancas y amarillas así cómo le gustan a Rosita. Mi hermanita que no mueve sus piernitas y que se tapa sus orejitas cada vez que mi padre se molesta y nos grita.
Mi padre tenia razón. Sus golpes moldearon el hombre que ahora soy, cruel y sin corazón, hombre que ahora le pides tenga un poco de compasión por un anciano que carece de cariño y atención. Anciano que abuso de un niño que desconocía la causa de tanto odio y falta de comprensión.
Niño que llamaron de todo, menos por su nombre y se convirtió en un hombre sin tiempo de poder jugar o leer un libro. Hombre que vive con un gran vacío de haber logrado su objetivo pero, Rosita se ha marchado.
Cruel es la vida, pero justa a la hora de cobrar deudas del pasado. Soy un hombre que aprendió a golpes a no ser malo, y así mismo a desconfiar en sus hermanos. Rosita ya no está, pero en cada flor de mi vecindario, ella me sonríe, me dice te amo y me recuerda que yo soy mejor que aquel despiadado que destruyo nuestros mejores años.
Muy buena refleccion.