Salir a caminar. Sin rumbo. Sin más propósito que activar las energías con las que conversamos con nosotros mismos: preámbulo del acto de escribir. ¿Hacer el esfuerzo de no pensar? No precisamente. Se trata de permitir que los pensamientos fluyan a su manera, que generalmente es caótica o al menos interrumpida por el ambiente donde vamos caminando y viendo con curiosidad de artistas. Utilizo la palabra artistas porque quien esto lee tiene la inquietud de contar su historia y es precisamente esa inquietud la semilla del arte. Después de caminar al paso relajado de quien no busca nada porque ya lleva una ilusión en su corazón: ¡sentarse a escribir! Escribir a mano por razones que explicaré en otra ocasión. En este primer ejercicio de escritura automática conviene ponerse un límite de tiempo. En cinco minutos, sin detenerse a pensar, soltar una lista de palabras que salten a la mente. Algunas palabras les provocarán júbilo, otras resistencia, otras asombro o extrañeza o risa. Eso es parte del proceso, pero ninguna de esas reacciones tiene el derecho de detener al escribiente automático. Algunos sentirán esos cinco minutos como una desgastante eternidad, otros sentirán que no fueron suficientes, pero ese es el límite pactado y no se reducirá ni alargará. Tomemos esos límites como parte de un juego. Es aconsejable repetir este ejercicio por unos cinco o diez días. Guarden las listas de palabras sin leerlas: serán útiles cuando el método de la escritura se vaya haciendo más complejo. La importancia de repetir el ejercicio por varios días estriba en percibir cómo el estado de ánimo o el clima o las circunstancias cotidianas influyen en la manera en que se vive el ejercicio. Habrán cambios en la fluidez, en las resistencias, en la sensación final cuando la alarma del reloj grite: ¡ya! Así es como uno se va conociendo como escritor, como artista de la palabra que quiere ver su historia de vida por escrito.
Eugenia Gallardo
26 mayo 2022
Raleigh NC