Es el viento madre, la voz grave del ancestro, el alma compartida de una patria. Es el viento tambor, en repique, en furiosa vocal vistiendo y desvistiendo las ansias y el trance en la expresión de muchas caras. En el año 1797 el científico francés André Pierre Ledrú hizo una visita oficial a Puerto Rico para documentar la fauna y la geografía de la isla además de las costumbres y la cultura de los habitantes. En una visita al pueblo de Loíza, Ledrú asistió a un baile de tambor de los negros. En esta fiesta los negros tocaban un tambor llamado por ellos bamboula. En la posterior traducción al español, sesenta y seis años después, el escritor puertorriqueño Julio Vizcarrondo sustituyó la palabra original bamboula por la palabra española bomba, una palabra también usada comúnmente en Puerto Rico para describir el mismo tambor. Desde entonces, ha sido viento fuerte, viento acento, redención del alma, conversión del espíritu. Se baila libre, en remanso sonoro, un caderamen que muy bien Luis Palés Matos saturó de poesía.
Como el viento mismo desde su ciudadela y flecha, nos electriza. Se baila y cada movimiento nos desprende hacia una memoria y una raíz. En el día, se teje invencible al sol, y en la noche el viento no se mueve sin esa voz que rompe, ronca y monumental al azote de los ritmos. Nuestra África, nunca lejana, sino fiel sombra en nuestra sangre. Francis Carrasquillo Sáez es hijo de esa voz y ese tumbe, al igual que el juglar hecho de palabras en un pueblo, Francis, en su libro Tambor: poesía para ser cantada y bailada se hace palabra de un Puerto Rico fermentado en el goce, la melancolía, la soledad antilla, la libertad que aun se nos niega. Francis canta la noche oscura en la selva madre, África, que fuera del encierro, nos brinda el respiro primario que nos elige:
En la noche oscura
Selva Madre, África
En la noche oscura
suenan los tambores.
(Sábado en la noche)
Gloria del tambor. Los primeros africanos llegaron a Puerto Rico a finales del siglo 16. Bailaba el negro para divertirse, en sus ritos religiosos, y para comunicarse entre ellos. Ya exterminada nuestra savia indígena, bajo el hierro español, llegaban los africanos, y el cielo se hizo infinito. Se cruzaron los cauces de la soledad, el fuego se hizo grande, y con él, el cimarrón, pantera finísima de guerra, de esperanza, de furia contra las cadenas. Así bailaba, así plasmaba la lanza de su libertad.
En este libro se recogen los cánticos de ese baile. El destinatario universal es el alma, la identidad, y la memoria. La alegría que ultima cualquier lágrima cerca a los ojos. Carrasquillo Sáez, compone estos 16 cánticos con una historia que contar y una galería de fotos donde esa voz tan nuestra impone su autoría. Son nombres de la libertad, son sones, que fijaron su geografía innúmera, son vitrales de un cielo que no renuncia a sus alas, por eso lo necesitamos. En la punta del pie se inmortaliza la heredad. Pero también es denuncia, porque es género de levante, de vuelta, de llamado a ser puertorriqueños. De ahí que exista Macario, en ritmo Holandé, ese Macario que no quiere volver y que ahora se llama Mack drama tan vivo de aquellos boricuas que se asimilaron, pero que una raza no se niega, sino que pasa factura, repasa, la agrandeza de su reinado:
Ay Macario,
Tu raza ancestral
Llena de historia y de gloria
Que se regó en América
Y conquistó Europa
Te pasará factura
Te cobrará la afrenta
Te quedarás sin nada
Te creerán bisorioco
Y de mente ñoco.
(Macario: ritmo holandé)
Este libro, así en su propia marejada, gana el Primer Premio ene el 12mo Certamen Nacional de Poesía José Gautier Benítez. En su laudo, el jurado destaca los puntos cardinales del poemario: la celebración de la cultura y la raza. El hermoso bamboleo en la flor mestiza de seis bailes Siká, Leró, Coembé, Kalindá, Holandés y Yubá. Allí se navega hacia el mensaje del viento fuerte, viento isala y caribe, viento mayor. Alí la noche y el amanecer hacen fugar su coito de luces graves y la alabanza se ilumina expresiva.
Me aventuro, como oficia la poesía a acercar mi espíritu a este continente de voz y de sonido. Siempre me lleva el sonido del tambor. Ocurre una deseada nocturnidad para seguir conociendo las estrellas, y ver el rostro del tiempo. Luego el piquete de voces y la curvada magia que atrae y se nos posesiona. Al leer cada poema cantado en Tambor: poesía para ser cantada y bailada de Francis Carrasquillo Sáez, me ocurre aquella visión festiva de Palés Matos, rendido a la cosmogonía de raza tambor melaza, esa materia de la transparencia que hasta nuestros días exhala el gran retorno a la vida más conocida de nuestro tránsito.
Hay un poema cantado que trae esplendor y reminiscencias. Es una historia que se llora y se celebra porque forma parte de nuestro acento caribeño y en la bomba resume su gallardía. Cimarrón, es el retrato de aquellos africanos esclavos traídos a América por la fuerza, que buscaron y tuvieron su propia historia, una de sufrimiento, trabajo forzado, pero también de rebeldía y sublevación. Bajo la voz de os historiadores se relata que los cimarrones huyeron conformando palenques y no tuvieron sitio en la sociedad de castas de la época colonial. Se escapaban de los trabajos mineros, de las haciendas, del servicio doméstico, de los castigos y penalidades impuestos, llevándose provisiones del lugar de donde escapaban y quedándose con las lanzas o flechas que encontraban en su camino, las que eran fabricadas por indígenas. Ellos fueron redención, ayer, y ahora en nuestro tiempo. Así lo canta Carrasquillo Sáez en estos versos rendidos a la gran memoria:
Cimarrón,
Huyendo de la esclavitud
Del blanco, su opresor,
Abre camino hacia el monte,
En busca de redención
………………………..
Cimarrón,
De grandes reinos y razas,
Mandinga Carabalí,
De Malí y Tombuctú
De tambor de cuero y danza.
(Cimarrón: ritmo Guembé)
El nuevo lector de este libro encontrará un testimonio de danza, letras, identidad y raza. Hay referencias sobre las modalidades de la bomba por regiones de nuestra patria, sus características y el mosaico de su magia. Así también fotografías de aquellos que han dado lumbre a este maravilloso género y a su autor que agradece a ellos su alianza con la eternidad de este ritmo.
Lo demás, lo dejo a ustedes. Tenga por cierto que entrará a un continente del cual usted es hijo, labriego, cantor, y conocerá la corriente de su espíritu. Ya tenemos por latido, un tambor que nos reafirma en esencia puertorriqueña, que suda y baila un futuro donde siempre, estaremos abrazados.
Enhorabuena por este libro poeta.