Para contar nuestra propia historia no podemos eludir un primer paso: adueñarnos de nuestro ser, lo cual parece simple y evidente pero no lo es. El diario íntimo puede ser un camino para lograrlo pues en su versión más pura y sencilla se trata de verter en palabras lo que tenemos en la cabeza. Querido Diario: hoy hice esto o lo otro. Hoy me percaté de que en tal situación está ocurriendo lo que temía porque… En ese clásico formato estoy conversando en privado con un ser cercano, una amistad que me escucha y que resulta que soy yo. Es un verse en el espejo, pero con palabras. Es lidiar de una manera más concreta y manejable con los pensamientos. Sabiendo que nadie más que uno los leerá, se desata la sinceridad, las palabras se desprenden y empiezan a soltar quejas, reclamos, momentos de júbilo, dudas, descubrimientos, miles de emociones e ideas y reflexiones que salen del desorden del cerebro y se ordenan en un papel o en una pantalla y arrojan luz sobre esa vida mía que es solo mía aunque lógicamente la comparta con mucha gente porque no vivo en un desierto, ni soy Robinson Crusoe antes de que apareciera Viernes. El diario más íntimo y sincero es el que se asegura de que será secreto, al extremo que algunos lo escribimos y casi inmediatamente lo destruimos. Pero luego se empieza a tomarle cariño al ejercicio de verse en ese espejo y se decide guardarlo y releerlo y hasta atarlo con hermosas cintas y decorar los cuadernos (o agregar tiernos emojis al texto). Al optar por no destruirlo inicia el emocionante proceso de ingeniarse cómo esconderlo. Ahora bien, si usted no tiene un tiempo de absoluta privacidad para escribir, ni un espacio para esconder sus travesuras y vive acechado por seres que quieren saber si están mencionados ahí y en qué términos… entonces usted aún no es dueño o dueña de su ser. Eso nos regresa al primer paso mencionado al principio: la necesidad de apropiarse de su propio ser que, más que un acto aislado, es una reinvindicación de un derecho básico frente a los demás. Es increíble, pero hemos logrado que se respete nuestro derecho a la privacidad en el cuarto de baño o en el tálamo nupcial, pero reclamar el espacio del pensamiento vertido en palabras se hace cuesta arriba. La intención primigenia del diario íntimo es que sea secreto para que sea libre. El compartirlo posteriormente también es parte de ese ejercicio de libertad. Empecemos a cuestionar cuán dueños somos de nuestro ser si queremos emprender esta hermosa aventura de contar nuestra propia historia.
En la próxima entrega hablaremos de diarios que las circunstancias nos han permitido conocer. Pensemos en Ana Frank o en Anais Nin o en piezas literarias que han adoptado el clásico formato del “Querido Diario”.
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