La discriminación y violencia en contra de las mujeres ha utilizado distintas vestiduras a través del tiempo. En pleno siglo XXI, en algunos países sigue imperando la más cruel y desgarradora inequidad e injusticia en su contra. En nombre de las leyes que rigen esas sociedades, la violencia, el maltrato y el atropello es una imperante que se perfila desde el vestir, hablar, actuar e inserción en la vida pública y en la toma de decisiones.
Es menester que las mujeres aprendamos a hacer oír nuestra voz, que su sonido resurja desde los ecos del tiempo, que rescaten palabras ahogadas y calladas; viajando por montañas, desiertos, mares, planicies y los confines del tiempo. Aprendamos a utilizar los lentes de género, esos, que permiten la visibilidad de ver, observar y precisar lo invisible; hagamos tangible nuestra presencia, porque bien lo dice el poema DESIDERATA, “lo mismo que las estrellas, tenemos derecho a existir”, gozando de una vida plena, con las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos de nuestra vida.
Mujer, que las letras sean el vehículo de nuestro pensamiento, que las ideas sean producto del análisis y reflexión de las circunstancias de vida que empujaron a grandes féminas a sobresalir y brillar en un mundo de oscuridad.
Leamos entre líneas, encendamos la luz del entendimiento y seamos farol de esperanza para todas aquellas que aún siguen viviendo en penumbras.
Ser promotoras del cambio, exige primeramente el cambiar nuestro ser, hacer y pensar, reconocernos como seres únicas e irrepetibles, con errores en el actuar, pero perfectibles.
Tendamos la mano al hermano y entendamos que la desigualdad empieza precisamente donde se traspasa la libertad y tolerancia del otro. El término género, no solo alude a la mujer, sino a los diversos sectores de población vulnerables. Equidad significa, darle más a quien menos tiene. Demos oídas a quien le han silenciado; prestemos nuestra visión, a quien piensa que es merecedora de malos tratos; informémonos y conozcamos nuestros derechos y obligaciones como ciudadanas del mundo, mismo, que está en constante cambio y renovación.
¡Ni una más! Dijeron en Ciudad Juárez, y día a día aumenta la cuenta. A pesar de ser foco de atención mundial la muerte y desaparición de tantas féminas jóvenes en la ciudad, sigue imperando la impunidad, el miedo y la desconfianza ante la nula o poca atención a la problemática presentada.
Mujeres de la etnia tarahumara, quienes además del gran rezago cultural, político, social y educativo en el que viven, suman a sus circunstancias de vida, el traer niños al mundo a edad muy joven, el ser víctimas de incesto por sus propios padres, sufrir atropellos, discriminación e injusticias por sus empleadores, sus padres o sus esposos.
Mujeres que no se desenvuelven en el sector laboral y el hecho de estar en casa atendiendo a su familia no es visto como un trabajo digno y representativo; sufren en muchos casos, el atropello y malos tratos de quienes juraron un día cuidarles y protegerles.
Otras más, trabajan fuera de casa y deben llegar al hogar a hacer todas las tareas propias de éste, sin encontrar apoyo de su compañero de vida.
Y en otro extremo, esas mujeres que forman familias monoparentales, con toda la responsabilidad de sostener, cuidar y proporcionar lo necesario para el sostenimiento familiar.
Para ti mujer, que eres dadora de vida, tu cuerpo está diseñado para crear, alimentar y ser fuente inagotable de amor. No permitas que nadie mancille tu esencia, aprende a valorarte, a conocerte, a beber de la fuente del conocimiento para que tu brillo invite a los demás a resplandecer por sí mismos; a caminar por el sendero de la paz, de la abundancia de bienes que empiezan precisamente por la aceptación y conocimiento como individuo y de la otredad como complemento para caminar en el sendero de la vida.
No somos islas en el océano de la vida, requerimos muelles, faros, llegar a tierra firme y expandir nuestra visión por el horizonte.
Dentro de los círculos concéntricos en que nos desarrollamos, somos únicas, fuertes, indivisibles; nadie tiene porque domarnos o domesticarnos; somos libres de pensamiento y de acción sin que, por ello, trastoquemos o lastimemos la libertad del otro.
Debemos levantar la asta de la bandera de género, ¡no más niñas en la calle! ¡No más mujeres vendiendo su cuerpo! ¡No más traficantes! ¡No más hijos abandonados! ¡No más tumbas sin nombre! ¡No más huérfanos en vida! ¡No más familias llorando la desaparición de sus hijas!
Queremos que en las marquesinas aparezca nuestro nombre: María Lorena Ramírez, (la de pies ligeros), el ama de casa, la maestra, la periodista, la escritora, la pintora, poeta, artista, médica, enfermera, abogada, empleada, jornalera, modista, cocinera, ¡somos únicas!
Debemos aprender a ser como las bugambilias que florecen y resplandecen las cuatro estaciones del año; como el desierto, que aún en su aridez climática alberga belleza y vida. Nutrirnos de la fuerza expansiva del universo, de los rayos solares y la calidez de la luna; cobijarnos bajo el embrujo de las estrellas y el magnetismo de cada amanecer. Resurgir ante la adversidad, ser más resiliente de lo que hemos podido ser; espejo donde se refleja la familia y su célula primaria de unión.
Mujeres, extendamos nuestros brazos, unamos manos, palabra, corazón y acción.
Tienes que leerlo