Cordelio, un búho cornudo, también conocido como tigre, vivía en el campanario de la iglesia del poblado de Buenaventura.
La cantidad de habitantes no era muy numerosa, la gente se ocupaba de las labores del campo: el cura de oficiar la misa, los granjeros de cuidar gallinas, guajolotes y patos, los agricultores de sembrar, los ganaderos de alimentar y aumentar el número de cabezas de ganado, los cazadores en buscar alguna presa; de esa manera, tanto humanos como animales estaban siempre preocupados y ocupados en su supervivencia.
Existía además otro punto de coincidencia en ambos; todos sin excepción profesaban gran respeto hacia Cornelio; su sola presencia era sinónimo de sabiduría aunada a la experiencia; de tal forma, que se convirtió en el guía consultor, el cual siempre tenía un consejo oportuno.
Se le atribuía saber escuchar con paciencia, sus orejas puntiagudas no perdían detalle de todos los ruidos, murmullos y susurros que se avecinaban por los alrededores. Sus grandes ojos, estaban siempre alerta de noche, cuando todos dormían, era el vigía de los sueños; aunado a esas cualidades, había almacenado tanta sapiencia que siempre tenía el consejo adecuado para cada problemática que se presentaba.
Un día la yegua Filomena llegó hasta su recinto. —¿Qué pena te acongoja?
— preguntó Cordelio.
—Es que mi novio, el potrillo, anda muy acompañado de la oveja Otilia, no entiendo que le puede ver a esa lanuda, chaparra y gorda criatura.
—Incluso se niega a comer si no le llevan a Otilia al establo. —Prosiguió.
—No te preocupes Filomena, no todas las relaciones tienen que ver con la atracción física o la perpetuación de la especie. La oveja Otilia le da seguridad y equilibrio a tu novio, quien siente la presión ejercida en su desempeño esperado, tanto en su velocidad como en la fuerza que están desarrollando sus patas para correr; su compañía le reduce la ansiedad, pero debes tener plena certeza de que solo son amigos y tú serás la madre de sus potrillos.
Filomena lanzó un relinchido de alegría, y con trote alegre regresó al establo.
Y así, cada uno de los humanos y animales asistía con frecuencia en busca de consejo. Un día fue a visitarlo el joven abogado que acababa de regresar al pueblo después de terminar sus estudios.
—Búho que todo lo sabes; ― ¿Cómo puedo ganarme el respeto y reconocimiento de la gente? Terminé mi carrera, instalé el despacho, pero no tengo clientes ni casos para defender.
—Muy fácil, contestó prontamente el animal. Solo debes tomar una fotografía de mi imagen, mandar hacer sellos, tarjetas de presentación, haz que aparezca en tus diplomas, en las paredes, en esculturas y figurillas que adornen tu escritorio.
—Perfecto, dijo el abogado. Con eso daré una imagen de sabiduría a mis clientes, ¿verdad?
—Más bien te recordará constantemente que debes demostrar lo que sabes; desarrollar tu capacidad de visión periférica, lo cual significa que puedes ver en la oscuridad de cada caso y de cada hombre que vayas a defender; velar siempre por encontrar la luminosidad de la verdad, utilizando la ley como herramienta y la justicia como valor.
El abogado se retiró meditabundo y pensativo. Tenía un largo camino que recorrer.
Y así, en una sucesión interminable, todos buscaban respuestas a sus preguntas. El venado quería saber cómo dejar de ser atractivo para el cazador; el ave carroñera, el por qué se le designó tan desagradable tarea; los patos añoraban la belleza y elegancia de los cisnes; las palomas querían tener el gorjeo de las golondrinas; la oruga desesperaba por ser mariposa; las gallinas querían un gallo para cada una; el burro ambicionaba tener la gallardía del caballo; el ratón buscaba el antídoto de la invisibilidad ante los ojos del gato y así sucesivamente cada uno inquiría los atributos de los otros desconociendo o menospreciando los propios.
En cuanto a los humanos, la lista era interminable: quien era corto de estatura pedía ser alto y viceversa, el hombre acaudalado, ansiaba dominar el arte de acumular más bienes y dinero; las chicas guapas buscaban tener más pretendientes y escuchar palabras lisonjeras que endulzaran sus oídos; el avaro deseando aumentar sus ganancias y reducir sus gastos; las madres velando por la seguridad y el futuro promisorio de sus hijos; otras personas necesitaban consultar el estado del tiempo, si la cosecha sería abundante, respecto a las enfermedades que les aquejaban, los remedios para combatirlas y una sucesión interminable de requerimientos buscando certezas y seguridades en la sapiencia de este noble animal.
Y fue así como Cordelio se ganó el respeto y admiración de todos los habitantes de Buenaventura, utilizando sus particularidades y contribuyendo a encontrar el orden en medio del caos; abriendo con sus consejos, una ventana a las posibilidades de visualizar el equilibrio que debe existir en las cosas y circunstancias que nos rodean, así como en las emociones que generalmente son las que desbalancean la óptica y apreciación.