No sé cómo detenerme
desprenderme a silencios, desde el alma,
de común, alumbrada con el charol de los tréboles
que solo se aparecen rendidos en el bosque;
no sé cuál ruedo de sangre escojo a respirarme
y si al final, como en los abetos, irme hacia arriba.
Buzo fatal de las constelaciones, hablar de algunos astros
redil entre un abecedario reunido, para vivir,
-Vallejo hizo golpes de palabras-yo, anido días soleados,
desnudos con su vacío y su morada, la fuente de sed,
los arreboles que solo saben a crepúsculo,
y la repetida estación de soledad, acepto que no sé,
del bosque, su negro en unicornios, y cómo se deja al dolor;
he sido torpe entre mis lazos naturales, pero distingo
como el alma con el bosque tiende sus redes contrarias
avisan su escándalo entre puños de riachuelos.
¿Y si el alma es en la piel su propio bosque incomprendido?
¿Y si entre, esas sílabas que desnudas destruyen luz está mi verbo?
Escribo estos versos en dulce deriva,
manera o fondo, mayúscula unción de la tarde;
lejos de un sonido maternal que me ha robado la tierra,
el alma al bosque desquicia su frontera.