Benito el Zapatero y los Tacones Rojos
Seis y medio, le indico al zapatero con un ligero aullido – !Benito… seis y medio es la talla de mis tacones! Con impaciencia recalco: ¡Son rojos, rojos como el crayón de labios!
Le muestro el crayón con la esperanza que los encuentre de inmediato, pero él murmura, entra y sale de su pequeño taller, se rasca la cabeza como si esa acción estúpida le accionara la memoria y le permitiera encontrar el par de zapatos que dejé arreglando la semana pasada. Me mira de reojo, se coloca los lentes de esferas redondas y pregunta : -¿Señorita, está seguro que son rojos?, ¿está seguro que usted trajo los tacones aquí?
Respiro hondo, trato de no perder la paciencia. Sin embargo, este hombrecito patucho y regordete, de piel cetrina y rostro sudoroso, insiste con las mismas preguntas.
-Benito, ¿me crees pendeja?- golpeo el mesón de madera del mostrador que nos separa. La botella de coca cola que el zapatero dejó cerca de la esquina del mismo, cayó aumentando la tensión entre los dos.
El calor arrecia, el líquido dulzón de la bebida moja mis sandalias nuevas, la botella rueda, rueda y rueda, el sonido del vidrio que se vacía provoca una resonancia aguda que me encrispa toda. Benito, sigue con la misma perorata entre dientes. No se lo que dice, quizá me ha insultado hasta la madre en su lengua tribal.
Miro el reloj, son las doce menos cuarto; -voy tarde a la cita de trabajo-pienso-. Trato de comportarme y no perder por completo la paciencia. Han pasado quince minutos, la búsqueda de mis tacones me esta volviendo loca, más aún, me altera hasta la médula la parsimonia de Benito. Vuelvo a escuchar su voz gangosa formulando las mismas preguntas y le digo – ¡por la puta madre que te parió!, son rojos, rojos… mierda ¡rojos como este mendigo crayón de labios!
No puedo más de la ira y le lanzo la botella vacía que yacía a mis pies. Benito cae como un saco de patatas, se golpea la nuca y hay un hilo de sangre. Veo como la mancha en el piso se oxigena poco a poco, hasta convertirse en un charco bermellón espeso. Se forman coágulos por el calor, la escena me provoca mareo y caigo al suelo.
Margarita Dager-Uscocovich